Una canción pa’mí
Tocar el ukelele es lo más sencillo, uno aprende a tocarlo poco a poco y gradualmente. Tan distinto a los otros instrumentos de cuerda; chaparrito junto a la guitarra, suave a comparación del cello y bastante menos elegante que el violín, más dulce que cualquiera de los anteriores, sin duda. Agarrarse un buen ukelele es como traer un amuleto en el bolsillo, se activa nomás tocándolo y aunque las cuerdas sean cortas, durante todo el día—o la noche, según sea la ocasión, según quién canta o quién escucha— sus armónicos continúan vibrando en nuestras cabezas, en las manos y los brazos para quienes lo tocan y en el pecho de los quienes que se animaron a cantar. Aprender a tocar ukelele es entender que no puedes echarte un solo de los guns, que no puedes lucirte con unos riff-raff’s y que tu fuerte nunca va a ser el R&B. Pero te enseña a tocar junto a la fogata, al final de una cena o en una mañana en la playa: a tocar con calma. De alguna manera el ukelele nos ayuda a asumir destino, a escuchar las cuerdas de poco en poco para imitarlas con prudencia y llegarle con exactitud a los ritmos, porque nada suena peor que unas notas apresuradas. Siempre habrá una canción que nos recuerde algo, a alguien o algún lugar. Y es que es tan fácil que tan pocas cuerdas te hagan sonreír, pero es más fácil que un círculo de acordes que aprendimos en nuestro primer día tocando sean esa canción que le cantabas al amor de tu vida, uno que se fue y no se llevó su canción favorita. Para bien o mal, esas canciones se quedan dentro del ukelele y salen de cuando en cuando a recordarnos lo que perdimos, pero también nos cuentan cuánto crecimos y lo mucho que aprendimos; como si los acordes fueran testigos de esas emociones y la madera su depósito. A lo mejor el instrumento es tan sencillo de tocar porque su sonido está hecho para pocas personas, de emociones inmediatas para un público reducido. O tal vez es fácil tocarlo porque se vuelve una pequeña extensión de los sentimientos que más apreciamos, basta con sentir la madera en las manos; chiquita y frágil, cómoda y fácil de ubicar entre los brazos; como cargando el alma mientras les cuenta historias a los oyentes.
Cada uno escoge su ukelele según su personalidad;
dependiendo del carácter elegimos la tesitura, con colores bien llamativos para llenar de alegría el ambiente o de pura madera con barniz si uno se encuentra de luto. Y claro, no olvides poner atención a las clavijas si te buscas uno, recuerda que Dios está en los detalles. Como dije al principio; aprender a tocar el ukelele es muy sencillo, nunca te arrepentirás de intentarlo y lo disfrutarás, casi seguramente y posiblemente cierto.
Lo difícil es saber con qué canciones cargar
azarel sanchez